Argüello anima a vivir la Fe «en público» y dice que español ya no es sinónimo de católico
ICAL
El arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, animó hoy a profesar la fe católica “en el corazón y en la plaza pública”. “Ya no podemos decir: soy católico porque he nacido en España”, dijo en su homilía con motivo de la eucaristía celebrada en la iglesia de Santiago Apóstol, con motivo de la festividad del Patrón de España, este 25 de julio.
En ese sentido, monseñor Luis Argüello reivindicó la experiencia del apóstol Santiago por su labor evangelizadora en la Península Ibérica, como “un recorrido que puede ayudar” a la Iglesia en este “nuevo tiempo apostólico”. Además planteó la vida de la Iglesia como un “combate” en el que a los católicos se les presenta la siguiente disyuntiva: “¿A quién obedecer en el interior del corazón?”. “¿Al Señor, a su amor nuevo e inédito que se hace perdón y servicio, o a esas tendencias o deseos que nos piden ser los primeros, tener más bienes, honores, comodidades, pasarlo bien?”, reflexionó Luis Argüello.
Ante este combate interior que libraron los primeros 12 discípulos de Jesús y que a su juicio se produce también hoy la Iglesia, el arzobispo de Valladolid se remitió a la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles correspondiente a este 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
De este modo respondió a la “tentación” que también experimentó la Iglesia a lo largo de su historia. “Una suerte de doble vida”, como la ha calificado, que conlleva “vivir la Fe en lo privado”, pero que “a la hora de tomar decisiones” supedita esa Fe “a las reglas del juego” de un hombre moderno “que se ha arrimado con fuerza a la libertad”. “Ya no podemos decir: soy católico porque he nacido en España”, advirtió el prelado vallisoletano, que animó a profesar la Fe “en el corazón y en la plaza pública”.
Finalmente, insistió en que “es preciso hacer un nuevo anuncio, un nuevo testimonio” en un momento como el actual, con unas comunidades “menguadas” y “envejecidas”, en el que la Iglesia -como en su momento lo estuvo Santiago Apóstol- está llamada a peregrinar “con esperanza” y a sentirse convocada a anunciar el Evangelio para que los hombres y mujeres vaya acogiendo, de nuevo, la llamada del Señor, que promete su “amor inmenso” y que propone «entrar en la obediencia que libera el corazón de las ataduras de dentro y de fuera”.