La otra cara siniestra del franquismo: la represión a los periodistas

La otra cara siniestra del franquismo: la represión a los periodistas

03 enero, 2016
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Actualizado: 03 enero, 2016 0:00
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Guzmán Robador

Alicante, 3 ene.- No solo conocidos y reputados columnistas, sino también periodistas deportivos, hoy anónimos, fueron víctimas de la represión franquista, feroz en los años posteriores a la Guerra Civil, por el mero hecho de haber trabajado o, incluso, colaborado en periódicos y revistas en la República.

El silencio desplegó su tupida manta durante mucho tiempo sobre esta otra cara siniestra de la dictadura, pero ahora un ensayo del catedrático de Literatura Española en la Universidad de Alicante (UA) Juan Antonio Ríos Carratalá ha sacado a la luz ese episodio amargo y cruel de la historia española tras un laborioso trabajo de documentación en varios archivos militares.

«Nos vemos en Chicote» es el título de este libro, que hace alusión al bar coctelería del mismo nombre de la Gran Vía madrileña, muy popular entonces, donde periodistas y literatos represaliados y sus «verdugos» -jueces, fiscales y funcionarios- coincidían y era también frecuentado por prostitutas de lujo, artistas y la «crema de la intelectualidad» del momento.

Publicado recientemente por la Editorial Renacimiento y la UA, este ensayo detalla la trayectoria de algunos personajes del oscuro pasado franquista que firmaron sentencias de muerte o impulsaron la tramitación de procesamientos contra los «sospechosos» para la dictadura a cambio de un puesto en el escalafón de los funcionarios de la época y, al mismo tiempo, la de sus víctimas.

Muchos de esos «servidores de la patria» desempeñaban sus funciones no por afán de venganza, sino únicamente como faceta de mérito ante el nuevo régimen y de manera voluntaria, ha revelado, en una entrevista con Efe, Ríos Carratalá, premio de la Crítica Valenciana (2013) y especialista en temas relacionados con el humor, la memoria histórica y el papel de la ficción en la misma.

Ríos Carratala, quien ha publicado seis libros solo de la República y la Guerra Civil, afirma que la represión afectó a casi todos los periodistas de Madrid que habían trabajado en la República mediante el Juzgado Especial de Prensa y que los expedientes «dejaban huella burocrática» en los ministerios de Justicia y del Ejército.

Se juzgaron a periodistas y caricaturistas «en muchos casos sin saber el motivo, únicamente por haber publicado en periódicos republicanos, con independencia del contenido ideológico de sus trabajos», una represión que se extendió también a redactores de deportes, según este catedrático.

Era tal el temor franquista a la libertad de información que «lo primero que hicieron las tropas de Franco cuando tomaron Madrid fue intervenir las rotativas de los periódicos», ha asegurado.

Ríos Carratalá sostiene que el juez Manuel Martínez Gargallo, que instruyó el sumario contra el literato Miguel Hernández y con anterioridad fue humorista de la Generación del 27, es el hilo conductor de lo que denomina «esta banalidad del mal».

«Miguel Hernández no fue procesado por poeta, sino por periodista», ha reiterado el autor de «Nos vemos en Chicote», en el que relata, entre otros, el procesamiento y fusilamiento en Valencia, en 1939, de Carlos Gómez «Bluff», dibujante de «La Traca», una revista que puede considerarse antecesora en el tiempo a «El Jueves».

Otros tuvieron más suerte, como es el caso del articulista de temas históricos y costumbristas Diego San José.

Según Ríos Carratalá, este periodista estuvo a punto de ser condenado a muerte si no hubiera actuado a tiempo el militar y fundador de la Legión, José Millán-Astray, quien le quitó de las manos al general Francisco Franco el acta de la sentencia capital del reo, con quien había tenido desde joven una relación de amistad.

No obstante, Diego San José fue condenado a 30 años de prisión por el juez Manuel Martínez Gargallo, asiduo igualmente al bar Chicote, ha indicado.

A pesar del drama humano que describe sus páginas, «Nos vemos en Chicote» destila un tono irónico y de humor, una licencia a la que ha recurrido intencionadamente su autor, pues, según ha dicho a Efe, «el franquismo no nos tiene por qué amargar». EFE

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