La Ría de Muros-Noia desembarca en la región con su oferta «sostenible por naturaleza»
La Ría de Muros-Noia presenta estos días en Valladolid su campaña de promoción turística basada en la calidad de su oferta y la poca masificación de sus escenarios. Desde una gastronomía de calidad a unas playas espectaculares pasando por el carácter afable de sus gentes y sus proyectos de «sostenibilidad por naturaleza» puestos en pratcica desde hace siglos
La más alta de las Rías Baixas. Destino prácticamente inédito que sobrevivió a la masificación y el excesivo desarrollo urbanístico de los años 70. Mantiene un aura de autenticidad y singularidad que se percibe desde el primer momento en que pones un pie en esta preciosa tierra.
Cinco puntos. Cinco concellos. Los cinco extremos de la estrella que simboliza esta ría. Muros, Outes, Noia, Lousame y Porto do Son. Cinco villas que franquean la entrada del Atlántico que acude en busca del Rio Tambre. Una ría que ha sabido conservar sus tradiciones y esencias desde lo más básico, como el respeto a los recursos naturales… A su marisqueo, actividad ancestral que hoy día es candidata a ser Patrimonio Inmaterial de la UNESCO y una prueba clara de lo que es la verdadera sostenibilidad, antes de que esa palabra, tan empleada hoy, ya haya perdido prácticamente, su significado original.
Pero centrémonos en estas peculiares villas. Nuestra primera parada debe de ser Muros, villa de agua y sal. Un pueblo que creció en torno a su puerto, motor de su economía, en torno al que se arremolinaron unas calles que a día de hoy conservan esos rincones y recovecos que conviene recorrer tranquilamente para no perder un detalle. Por la noche, tranquila. Por el día, animada y concurrida. Muros es también su Iglesia de Santa María del Campo, antigua Colegiata y joya insigne del Gótico marinero. También el barrio y Capilla del Carmen, en honor a la patrona de los marineros. De ahí bajamos Rúa da Xesta, que conserva intacto su encanto medieval.
A sus espaldas, las preciosas playas de Ancoradoiro y de Areia Maior, vigiladas por los Faros de Lariño y de Louro. Este último recibe el nombre del monte más importante de la Ría. El Monte Louro, cual dios Neptuno emergiendo de las aguas, se impone a la vista de quienes allí llegan y deja a sus pies una pequeña laguna, la de Xalfas, uno de esos rincones únicos, que no sabes ni que existen pero que cuando lo descubres te quedas mudo, sin poder hablar y solo te apetece caminar en silencio.
En el otro extremo de la Ría, Porto do Son, con playas para perderse y dejar que el tiempo corra sin que nada más importe… Y, hablando de tiempo, ¿Qué tal retroceder miles de años para ver cómo se vivía en la Edad del Hierro?
En una pequeña península, los restos de un poblado fortificado. Uno de los primeros en ser excavados en Galicia. El Castro de Baroña. Vestigios de una civilización perfectamente jerarquizada, con varias murallas y resguardado por la defensa natural del bravo Atlántico…
Lousame, verde y minera, esconde una preciosa ruta que nos lleva a descubrir un antiguo motor económico de la ría, las antiguas fábricas de papel. Ahora, los antiguos edificios han cedido a la naturaleza, que impasible reclama lo que es suyo y tiñe de verde lo que en otro tiempo eran prósperas fábricas bordeando el río Vilacoba.
Un poco más al norte, los restos de San Justo de Tojosoutos. Un antiguo monasterio al que llegaron dos caballeros del rey Alfonso VII para retirarse de una vida de armas y dedicarse a la oración. Por allí, encontraremos unas preciosas cascadas que nos harán transportarnos a aquella época e imaginarnos la vida de retiro, meditación y abnegación de los monjes benedictinos.
Tanto recorrer parajes insólitos y lugares únicos, siempre abre el apetito. Tal vez sea momento de parar a disfrutar de los manjares de una ría que nutre a sus pueblos de un producto fresco, rico y de una calidad inimitable. Vayámonos a Outes, nuestra cuarta punta de la estrella y disfrutemos de lo más surtido de la ría. Navajas, salpicón de marisco, sargo, boquerones… Todo lo que el mar puede ofrecernos para llenar una mesa que espera nuestra presencia… y disfrutar.
Por último… Noia. Medieval y regia, esta villa se remona al siglo XII, cuando Fernando II concedió al Arzobispo de Santiago de Compostela la autorización para edificar un puerto y una ciudad en el territorio de San Cristina de Noia.
Ese puerto, sirvió de punto de llegada de expediciones de caballeros cruzados, que antes de marchar a Tierra Santa, peregrinaban a la tumba del Apóstol para pedir fuerza y la bendición en su complicada empresa. Noia fue conocida como ‘Portus Apostoli’. Es un compendio de pazos y casas señoriales. Un paseo por sus calles es una vuelta al pasado, a un periodo de esplendor reflejado en su majestuosa Iglesia de San Martiño, otra joya del gótico marinero. Pero, no muy lejos de allí, en la ya en desuso Iglesia de Santa Maria a Nova, edificada en el centro del cementerio histórico de la ciudad, la Quintana dos Mortos, alberga un tesoro sin parangón en el mundo… El museo de Laudas Gremiais. Una colección de formidables lápidas que son el reflejo perfecto de cómo funcionaba la sociedad noyesa de la época. Más de 500 lápidas, la mayor colección del mundo. Lápidas que muestran en su superficie relieves con signos o herramientas que identifican la profesión del finado, como curtidor, herrero, carpintero… También escudos heráldicos o la preciosa capilla plateresca de los Carneiro, con una espectacular bóveda en forma de concha de Vieira.