Suicidio colectivo

Suicidio colectivo

13 diciembre, 2019
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Actualizado: 13 diciembre, 2019 9:20
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A veces, cuando uno tiene que reflexionar sobre la realidad, sobre las noticias que van surgiendo y que tendrán efectos sobre todos nosotros a largo plazo, tiene la tentación de dejarse llevar por los titulares. Estaba barajando si darle una vuelta al acuerdo de aranceles entre China y EEUU, si escoger la victoria tory en las elecciones de Reino Unido, decantarme por la formación de gobierno en España o por el punto final a la COP25 chilenomadrileña… 

Sin embargo, me ha parecido mucho más relevante, de mayor peso en el largo plazo para todos nosotros un dato que ha pasado de puntillas por las noticias. Estoy hablando de las cifras de natalidad en la primera mitad del año. Todos sabemos, se repite hasta la saciedad, que estamos en una sociedad envejecida, que nacen pocos niños y que vivimos cada vez más. Pero que te pongan delante los datos, fríos pero indiscutibles, te hace darte cuenta de la dimensión del problema.

En la primera mitad de este año han nacido tan pocos niños que no hay en toda la serie histórica dato igual. Se dice que tener hijos es caro, y es verdad, pero en plena posguerra, en una España fría, con cartillas de racionamiento, se tenían más hijos que ahora. ¿Acaso entonces era más fácil? 

Vamos hacia el suicidio social, hacia una sociedad de ancianos en la que no habrá jóvenes y ningún político tiene la altura de miras necesaria para atajar el problema. Quizá es que no da votos a corto plazo y sus efectos se ven sólo con el paso de los años. Se nos llena la boca hablando de medidas para hacer sostenibles las pensiones pero a nadie se le ocurre que para curar la enfermedad no sólo hay que tratar los síntomas, hay que atajar el origen del problema.

Partimos de sociedades que lucharon mucho por conseguir unos logros sociales de los que ahora disfrutamos. Nuestros ancestros, partiendo de una base muy dura, consiguieron mejoras en las condiciones de vida, con sacrificio y austeridad. Pero eso ha provocado que las siguientes generaciones lo hayamos tenido todo más fácil y que la sobreprotección haya ido haciendo al individuo moderno cada vez más “blandito”, cada vez más egoísta, cada vez menos dispuesto al sacrificio. 

No es sólo, ni principalmente, una cuestión de dinero. Vivimos instalados en una sociedad ausente de valores, de cultura del sacrificio. Se eleva a los altares sociales una cultura del hedonismo que, sostenida por la sobreprotección de los hijos, hace que alarguemos su adolescencia mucho más allá de lo deseable. Criamos adultos infantilizados que sólo buscan su satisfacción inmediata y que rechazan embarcarse en la aventura de tener hijos porque, si se mira con los ojos de una contabilidad fría y egoísta, es evidente que no compensa, en lo material, tener descendencia. 

A nadie se le escapa que tener hijos es una aventura complicada, cara, exigente, que no es un camino de rosas…, pero es que, además de que produce un sinfín de satisfacciones casi místicas, totalmente inmateriales, es, de hecho, la única vía para que no seamos responsables de la muerte y extinción de nuestra sociedad y oye, de paso, es la única posibilidad de alcanzar una suerte de inmortalidad…., aunque tenga que ser por delegación y a través de nuestros cromosomas.

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