Tempus fugit

Si algo caracteriza, en condiciones normales, a nuestra sociedad, es que vamos siempre con prisa. El tiempo se nos va escapando sin remisión y tenemos que hacer encaje de bolillos para alcanzar a hacer todo lo que tenemos pendiente. Y ni aún así. Siempre terminamos priorizando y por eso, necesidad obliga, lo que no es imprescindible, habitualmente lo que más nos gusta pero menos nos urge, lo vamos enterrando en lo más hondo de nuestro cerebro.

Es eso que todos en mayor o menor medida tenemos, ese “si yo tuviera tiempo…”, que tantas veces escuchamos en boca de otros pero también en la nuestra. ¿Quién no tiene un libro largo que leer al que no le da una oportunidad, un desafío que le reta oculto desde hace años, una habilidad abandonada, el proyecto de adquirirla o de recuperarla?

En este confinamiento que, se adivina, nos llevará al menos hasta el mes de las flores, no tenemos excusa para seguir dejando de lado esos retos aparcados. No está bien procastinar, no debemos hacerlo en el trabajo, es obvio, pero tampoco en casa. Si nos descuidamos se acabará la cuarentena y quién sabe si se irá de nuestras vidas sin que hayamos tenido el arranque de ponernos manos a la obra con nuestro desafío pendiente.

Qué mejor fruto podemos cosechar de esta circunstancia impuesta y sobrevenida que la satisfacción de volver a tener el control de nuestro tiempo, de poder utilizarlo, sin distracciones y con honestidad, en aquello que nos fascina, que nos retrata, que nos fuerza a superarnos, que nos enriquece. Qué mayor orgullo que ver en este confinamiento cómo tu versión 2.0 se afana en llevar a cabo todos esos proyectos que hace tiempo pensaste y que nunca fuiste capaz de llevar a cabo. Que cuando todo esto pase y echemos la vista atrás podamos decir que hemos aprovechado la cuarentena, que hemos sido capaces de darle una vuelta a una situación que no buscamos pero de la que hemos sacado algo positivo. Que no se diga que cuando más tuvimos, más perdimos el tiempo.