Riesgo político

Riesgo político

Rodrigo Rato
15 noviembre, 2020
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Actualizado: 18 noviembre, 2020 21:00
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Difícil de medir, imposible de ignorar, la estabilidad política está ligada a muchas cosas: estructura política, instituciones, evolución económica, tensiones sociales, situación geográfica, etc. Suelen ser los mercados y los inversores lo que ponen precio al riesgo político.

Los ciudadanos  de las democracias occidentales desde 1945 creemos que el estado de derecho, la propiedad privada, las libertades políticas, son la mejor garantía de la estabilidad.  Y así ha sido durante 70 años. Las nuevas dictaduras capitalistas- comunistas como China o Vietnam por su lado están convencidas de que su modelo es más seguro para las poblaciones, que a cambio de menos libertad gozan de mayor seguridad con bienestar económico. Los occidentales estábamos convencidos de que la rigidez, que la falta de democracia traía consigo, imposibilitan cambiar liderazgos, lo que a larga hacía impide resolver los problemas. La caída de la Unión Soviética no hizo más que ratificar esa teoría.

Para colmo, las divisiones políticas en algunas sociedades occidentales aparecen ahora como irreconciliables. Países como Estados Unidos, Reino Unido, España, están ya en esa categoría

Pero en los  últimos años se han producido importantes riesgos políticos en algunos países occidentales. Inestabilidad derivada de una creciente fractura social y política, con Gobiernos cada vez más débiles, incapaces de tomar decisiones. Jean-Claude Juncker lo formuló claramente: «todos sabemos lo que hay que hacer, pero no como ganar las elecciones después». Para colmo, las divisiones políticas en algunas sociedades occidentales aparecen ahora como irreconciliables. Países como Estados Unidos, Reino Unido, España, están ya en esa categoría.

Las recientes elecciones presidenciales norteamericanas han producido un resultado de cuasi empate, no tanto por el voto para la Presidencia,  como por la división en las dos Cámaras del Congreso. Hace 20 años con Clinton, la cohabitación entre el Presidente demócrata y la mayoría republicana fue posible, como lo fue en Francia desde finales de los 1980. Hoy, al menos en algunos países, no parece serlo. Pero una vez más no todos somos iguales. En Estados Unidos coinciden el poder político, militar, económico y financiero más grande del mundo. En algunos aspectos como el financiero un predominio casi absoluto, habida cuenta de que nadie puede ignorar al dólar y a sus mercados. Hasta hace pocos años EEUU ostentaba también el liderazgo político, pero la segunda guerra de Irak y la crisis financiera de 2008 desembocaron en el «América Frist» de Donald Trump, que completo el abandono en la búsqueda de un liderazgo mundial. Posición que ha obtenido un respaldo más que suficiente en las recientes elecciones. Un recuento  electoral de cuatro días, seguido de impugnaciones judiciales de los resultados, con graves acusaciones de fraude masivo, espectáculo ya vivido en el año 2000, arrastran la credibilidad norteamericana hacía abajo. No estamos en Bielorrusia sino es Norteamérica.

El mundo no se acaba por nada, cuando lo haga requerirá fuerzas mucho más poderosas. Pero el riesgo político se ha instaurado en EEUU ante nuestros ojos

Inevitablemente los actores de esta farsa-tragedia se sienten legitimados a actuar conforme a sus creencias: «tenga razón y sea maldito», dice el proverbio anglosajón. Así será. El mundo no se acaba por nada, cuando lo haga requerirá fuerzas mucho más poderosas. Pero el riesgo político se ha instaurado en EEUU ante nuestros ojos. China, Rusia y otros se sentirán vindicados en sus creencias de que la democracia liberal era un invento occidental para meterse en sus asuntos. Las consecuencias no son halagüeñas para  la estabilidad mundial. Abundan en la teoría del fin de un ciclo y de una hegemonía norteamericana de casi un siglo. No será ni la primera ni la última vez. Pero puede estar empezando a ser ahora. En julio de este año la compra de armas se disparó un millón más que hace un año, hasta 3,2 millones mensuales, de los que el 40% fueron nuevos compradores, según datos del FBI. Las tensiones raciales han dominado los últimos meses de la campaña cuando hace cuatro años ni aparecerían en las encuestas. La sociedad norteamericana no ha pasado por algo así antes, con una división política cainita, por lo menos desde principios del siglo XX. La fortaleza de sus instituciones y de su sociedad civil son legendarias y reales. Pero no  será el primer país donde el deterioro de la convivencia entre políticos arrastra a sus  respectivos partidarios. En un mundo tan interconectado, informado y con un sistema financiero tres veces el tamaño de la economía real las apuestas económicas pueden convertirse en profecías autocumplidas. Parece imposible que la volatilidad en los precios de diversos activos no sea una de las consecuencias de este nuevo ciclo no ya electoral sino político. La Reserva Federal y sus compras masivas suponen el auténtico dique de contención para evitar la manifestación del riesgo político. Sabemos que  la monetización del riesgo  político es una estrategia que no acaba bien, erosionando la credibilidad de las monedas. Sobre todo esto sobrevuelan el llamado teorema de Tucídides: la tensión creciente entre un poder emergente y otro en declive. Ha pasado en la Historia y quizás vayamos a verlo suceder ante nuestros ojos.

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