Una montaña de deuda

Una montaña de deuda

Rodrigo Rato
03 diciembre, 2020
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Actualizado: 04 diciembre, 2020 0:14
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Los últimos datos sobre la deuda pública generada por la COVID 19, recientemente publicados por el Instituto de Finanzas Internacionales, una asociación de bancos privados, establecen una cifra entre 15 y 20 billones de dólares. Esto situaría el acumulado total en 277 billones una cifra superior al 300/100 del PIB mundial. No será la primera ni tampoco la última vez que nos enfrentamos a altos niveles de deuda, por lo tanto sabemos que un periodo de consolidación acabará produciéndose antes o después. Lo que sí es diferente esta vez es la confianza académica respecto a su sostenibilidad. Los bajísimos tipos de interés, incluso a tasas negativas, en todos los países desarrollados, el hecho de la experiencia japonesa durante las últimas dos décadas con crecientes niveles de deuda, permite formular la tesis de que esta vez será diferente. Creencia que ha precedido a inmensos errores en política macroeconómica en el pasado.

Los defensores de un nuevo planteamiento parten de que los actuales bajos tipos se mantendrán en el futuro, permitiendo financiar sin coste la creciente deuda. Todos sabemos que los actuales tipos son directamente responsabilidad de masivas intervenciones de compra de activos por los bancos centrales. Sin embargo, también es cierto que estos responden ante bajísimas tasas de inflación, que alejan el objetivo de estabilidad de precios, esta vez por defecto. La zona euro, por ejemplo, lleva diez años con precios por debajo del objetivo oficial, dos décadas en Japón o varios años en Estados Unidos. Los defensores de esta expansión monetaria se apoyan en los mandatos legales a los bancos centrales de buscar la estabilidad. Además respaldan su posición en que el tipo neutral de interés se ha reducido acercándose a cero, en un mundo de bajos crecimientos, sin incrementos de la productividad. Teorías como la de “el estancamiento secular” van cobrando partidarios, quienes creen que sin una intervención masiva del Estado las economías se estancaran por años.

La Reserva Federal lleva desde 2008 comprando activos, públicos y privados. El Banco Central Europeo se sumó en el 2014. Las actas de la última reunión del Comité Ejecutivo del BCE indican que ante la reducción de la eficacia directa de esta política, las compras deben dirigirse a respaldar expansiones del gasto público, algo probablemente prohibido en los propios Estatutos del BCE. Algo muy parecido están realizando la FED, el Banco de Inglaterra, el de Japon y muchos otros. Estas masivas intervenciones benefician mucho más a las bolsas que a la economía real. De ahí la sorprendente divergencia entre una y otra. Así en la misma semana que las bolsas rompían récords, el Ministro del Tesoro del Reino Unido, Rishi Sunak, afirmaba que “la emergencia económica no ha hecho más que empezar”.

En los 40 Keynes revolucionó la teoría y la práctica de la política macroeconómica. Lo mismo, pero en sentido distinto, sucedió con las teorías monetarias de Milton Friedman a finales de los 70 ¿Estamos ahora asistiendo a una formulación nueva de cómo dirigir las economías? Probablemente si, lo que tiene muchas e importantes consecuencias para todos nosotros. Las épocas de altos niveles de deuda conllevan represión financiera mala para los ahorradores pero reduce el coste de la deuda de los Estados; son convenientes niveles de crecimiento superiores a los índices de inflación para reducir el peso de la deuda sobre el PIB, alternativamente se producen suspensiones de pagos soberanas, como sucede de manera recurrente en países emergentes, aunque Grecia un país euro vino a hacerlo en 2010 ¿Puede volver a suceder? Los grandes bancos centrales insisten en que ellos garantizan lo contrario, con el inevitable efecto de disminuir la confianza en sus respectivas monedas.

La ausencia de presiones inflacionistas ayuda a esta alquimia. Globalización y envejecimiento en la mayor parte de las economías de todo tamaño y condición respaldan la ausencia de tensiones en los precios. Desde luego esta es una de las creencias donde se apoyan las nuevas teorías macroeconómicas: los bancos centrales no se verán obligados a subir tipos de golpe, antes un mayor crecimiento disminuirá el valor relativo de las deudas es la apuesta de actuales políticas macroeconómicas. Aunque la experiencia nos dice que un shock de oferta, como el petróleo en 1973, obligaría a subir tipos. La confianza en las monedas es otra cuestión a seguir, en un mundo donde están respaldadas en la credibilidad de sus respectivos Estados y nada más. La popularidad del oro, la plata, el paladio o los bitcoins refleja que hay muchos inversores desconfiados, también el aumento del ahorro líquido en todos los países. Cómo llevar esas ingentes cantidades de recursos a la encomia real no parece ocupar a los responsables de política económica, ensimismados en el poder del Estado al emitir y comprar su propia deuda. El que estemos ante un gran cambio teórico de las teorías macroeconómicas no quiere decir que sea para bien. La deuda generada por la COVID no ha hecho más que agudizar el problema, pero la distorsión que provocan los Bancos Centrales hace que los riesgos reales no sean reconocidos por los mercados financieros. Cada cual tiene pues que establecer sus puntos de referencia.

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