Casas de oración: un intento fallido en Noruega
lunes 22/01/2018
Actualizado: 22/1/2018 21:06
PUBLICIDAD

Las casas de oración, iniciadas y llevadas por laicos, es un fenómeno típico de Noruega , donde desde 1850 ha intentado difundir la fe cristiana, hace algunos siglos antes introducida por la Iglesia Católica. El fundador es Henrik Ibsens. Desde entonces hasta los comienzos de los anos 80 del siglo pasado, se han llegado a establecer hasta 3000 casas de oración, que suponía el doble que el número de iglesias.
Este fenómeno tiene sus raíces en los movimientos pietistas y puritanos, logrando mejorar el ambiente moral del país, sobre todo en lo que refiere al alcoholismo. Sin embargo, el despegue económico del país, gracias al petróleo y a una economía muy próspera ha hecho que las casas de oración se hayan cambiando a para otros usos como tiendas, garages, depósitos etc. Una persona puso sobre una de estos edificios la siguiente inscripción: «A nosotros no va tan bien que ya no necesitamos a Dios» . Así, cruelmente dicho, se han despachado miles de vidas que se han entregado con pasión a la evangelización a su manera, predicando con tremendismo acera del demonio y del infierno, como castigo eterno para el pecador que no ha querido convertirse a la fe. Hacia finales de los anos 80 las pocas casas de oración que iban quedando habían condenado el rock satánico Kiss, como una forma aberrante de adoración satánica.
El escritor noruego Olav Duun ha rechazado esta forma de cristianismo, porque dividían a los hombres entre salvados y codenados. No le faltaba cierta razón porque sólo Dios puede conocer el grado del culpa del hombre. Sin embargo, este movimiento tan bien intencionado que ha logrado existir sólo unos 130 anos nos remite a la gran cuestión de si el hombre, cualquier hombre cristiano, puede crear una ´iglesia´ sin mandato de lo alto. Nos lleva a preguntarnos si sólo Dios puede hacerlo a la manera de cómo se reveló en el Antiguo y Nuevo Testamento.
En este sentido impresioan comprobar la duración de al Iglesia Católica, la que, a pesar de tantas crisis y vaivenes en sus dos mil anos de labor, nunca ha perdido su identidad ni ha cambiado sus pricipios. No hay más remedio que reconocer en ella algo exclusivo y único: su origen divino.
Y dá pena ver cómo algunas así llamadas iglesias han sido fundadas como una empresa económica, llenando sus arcas con las contribuciones de sus miembros, a los que se suele imponer una obediencia absoluta a cambio de una bienaventuranza eterna después de la muerte.