De togas, nobles y filibusteros

De togas, nobles y filibusteros

Rafael Jiménez
03 septiembre, 2021
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Actualizado: 03 septiembre, 2021 20:24
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No hay libertad si la potestad de juzgar está unida a la potestad legislativa, en tal caso el poder sería arbitrario ya que el juez sería el legislador. Así de claro nos dejó Charles Louis de Secondat, hace cerca de 300 años, cómo ha de articularse la separación de poderes. Pero algunos no se enteran.

Secondat, más conocido por uno de sus títulos nobiliarios, barón de Montesquieu, ha sido el cimiento sobre el que se han edificado las democracias occidentales modernas. Sin embargo, parece que, para algunos políticos, está demodé. Qué casualidad que siempre se lo parece a los mismos. Los que vamos ya para abajo nos acordamos del vicepresidente del primer gobierno socialista de los años ochenta y su Montesquieu ha muerto. 

Pero no hay que remontarse tan atrás. Esta semana, en un ejercicio de populismo declarativo, el ministro Félix Bolaños ha intentado confundir a los ciudadanos con una frase a la que, hay que reconocerlo, no le falta gancho: los jueces no pueden elegir a los jueces, como los políticos no eligen a los políticos. Es lo malo de poner a un fontanero en primera línea política, no es lo mismo lanzar un argumento en una reunión de estrategia en Moncloa que decirlo en una radio ante millones de personas. La frase de Bolaños es intuitivamente cierta, pero a poco que uno reflexione y con la ayuda de los pensadores que antes han echado horas a este asunto, nos damos cuenta del tremendo peligro que contiene.

Mientras no tengamos un poder judicial gestionado por sus integrantes, la contaminación política de los tribunales será un fantasma muy vivo. La izquierda no ha pasado página y sigue siendo injusta y prejuiciosa al dar por supuesta la orientación política de unos profesionales que han accedido a su importante función mediante procesos legalmente establecidos, limpios y sin visos de sesgo político.

Eso sí, la derecha tampoco sale totalmente bien librada de este conflicto. Ninguna fuerza política responsable permite que el órgano de gobierno de los jueces esté 1.000 días sin renovar. Más allá de las razones que le asisten, algunas esgrimidas en los renglones precedentes, me da la sensación de que están aprovechando una causa justa para hacer una suerte de filibusterismo a la española que les permita sacar rédito político.

Tirón de orejas para unos y para otros aliñado con palabras de aliento para unos profesionales, básicos para el funcionamiento de nuestro Estado de derecho, que van a ver este lunes la apertura de un año judicial en el que los políticos siguen sin respetar El espíritu de las Leyes, en el que el tercer poder del Estado va a funcionar con medio centenar de vacantes, algunas en puestos clave para el correcto funcionamiento del sistema y en el que todo sigue enquistado. Confiemos en que, entre el Rey y los jueces, los políticos entren en razón y olviden el partidismo. Y si no, que vayan en peregrinación a Saint-Sulpice.

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