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El suicidio de las clases medias

El suicidio de las clases medias

Rafael Jiménez
09 abril, 2021
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Actualizado: 11 abril, 2021 20:14
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A poco más de una semana para que comience la campaña electoral de las elecciones autonómicas en Madrid, la fiscalidad sigue centrando el debate. Quizá no es más que la forma que tienen algunos para verbalizar la deriva social que buscan, una igualación a la baja, como tantas veces y en tantos temas hemos visto.

Porque eso es lo que pasará si triunfan las tesis de Podemos en estas elecciones. Su líder en presunta retirada, olvidados ya los deseos de asaltar Moncloa y con fecha de caducidad en el horizonte, Pablo Iglesias, insiste en que hay que terminar, sí o sí, con la estrategia fiscal del PP en Madrid. Para ello establece una falsa dicotomía ricos/pobres en la que muchos de los ciudadanos con menores ingresos o en paro pueden fácilmente caer.

Pero la realidad, todos lo sabemos, es que esa fiscalidad madrileña que quiere gestionar como si fuera su koljós particular, la sufrirán sobre todo los ciudadanos de la clase media. Las grandes fortunas que demoniza, y él lo sabe, tienen herramientas legales para eludir las garras de Hacienda, con lo que, al final, como siempre, pagará el ciudadano medio, asalariado, usted y yo, los que estamos atados por el IRPF, los que no podemos montar sociedades ad hoc o utilizar vehículos de inversión en Luxemburgo.

Y no es esto un lamento de quien sabe que lo van a exprimir a mayor gloria de un planteamiento ineficaz, es un grito de advertencia, porque el de la clase media es uno de los grandes retos que marcarán nuestro futuro. Es la base de esa economía de consumo en la que venimos viviendo desde hace décadas. Es también la protección ante los populismos, por eso quieren terminar con ella. Y ya hemos visto en América del Sur qué pasa cuando no hay clases medias. Por eso me resulta tan curioso que una persona sin recursos, dependiente de ayudas, vote a un partido ultraliberal, como que alguien de clase media vote a Podemos o incluso al PSOE.

El conglomerado dominante desde la revolución industrial, Europa y EEUU, se enfrenta a un punto de inflexión. La perspectiva de los jóvenes es vivir peor que sus padres y eso genera la necesidad de buscar culpables pero, sobre todo, te impide mirar alrededor y darte cuenta de que se está terminando ese sinsentido que era el dominio y explotación de apenas 800 millones de personas sobre 7.000 millones.

China pretende incorporar en los próximos años a 300 millones de personas de zonas rurales al trabajo «moderno», y cuando lo consiga, su clase media, unida a la del otro gigante demográfico, India, y a otras partes del mundo igual de pujantes, como el sudeste asiático o los países jovencísimos de África, nos aplastarán de forma inevitable bajo el peso de los números.

Por eso es imprescindible cambiar. Hay que actuar teniendo en cuenta el envejecimiento de nuestra población, arbitrar las medidas necesarias, dejarnos de experimentos fiscales, que ya ni los países que se declaran comunistas llevan a cabo, y potenciar a esas clases medias que son las que nos han dado el periodo de paz más largo de nuestra historia.

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