Esa milonga de que siempre se van los mejores
Aunque esta vez sea verdad, aunque lamente sobremanera el fallecimiento de un economista/profesor/divulgador tan excelente como Josep María Gay de Liébana, me fastidia esa racanería con los reconocimientos que tenemos en España.
Gay de Liébana era muy conocido por el gran público gracias a su actividad mediática en los últimos años, en televisiones y periódicos de gran tirada donde nos ilustraba con su magisterio, donde nos hacía sencillos los arcanos de la economía. Y por eso muchos lamentarán su fallecimiento.
Pero también lo lamentamos los que, como yo, lo teníamos de referente hace casi un cuarto de siglo, cuando, todavía en el XX, avanzábamos torpes en las oscuras aguas de la información económica. Y ahí estaba él, siempre dispuesto. Te tocaba desgranar algo complejo, le preguntabas a algún compañero en redacción que andaba tan pez como tú, pero surgía a menudo una voz con una cantinela conocida «llámate a Gay de Liébana, que siempre se pone y te lo explica». No sé expresar de mejor forma el cariño profesional que tenía por un hombre de talla académica pero al que no se le caían los anillos para manifestar su talla humana y ayudar a que plumillas y oyentes entendiéramos la economía de la mejor manera posible.
Y por eso el título, agrio, quejoso, porque creo que a la gente hay que celebrarla cuando está, no cuando se ha ido. Y como con Gay de Liébana ya no lo puedo hacer, aprovecho estas líneas para recordar a otro grande que, afortunadamente, sigue estando entre nosotros. Mariano Guindal, maestro de periodistas, ¿quién no lo recuerda inaugurando los turnos de preguntas en Moncloa con sus tres cuestiones de rigor? Es otro grande, en este caso del periodismo económico, del periodismo a secas. Otro que ha tenido en Intereconomía un espacio a su disposición y una legión de admiradores. Si alguna vez me jubilo y me preguntan sobre mis referentes en la profesión, si quieren saber a quién recuerdo y agradezco haber conocido, el primero de mi lista será Mariano Guindal. Además, para los profanos, tienen la suerte de que volcara el regusto que le ha dejado décadas de ejercicio de la profesión en un maravilloso libro Un hombre con buena suerte: Memorias apasionadas de un reportero. Un texto henchido de verdad, de vida, de periodismo, lectura obligada de aspirantes a periodista, de cualquiera interesado en esta profesión y de toda persona que quiera reír y llorar, que ambas cosas hice yo al leerlo, con el testimonio de uno de los más grandes periodistas de este país en las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI y, no nos olvidemos, de una gran persona. Gracias, Mariano.