¿Héroes o villanos?

¿Héroes o villanos?

Rafael Jiménez
01 octubre, 2021
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Actualizado: 01 octubre, 2021 23:34
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Cerca de 600 trenes que tenían que prestar servicio, que estaban incluidos en los servicios mínimos, han dejado de circular en el segundo día de la huelga que han convocado los maquinistas de Renfe afiliados al sindicato SEMAF. La empresa ha empezado con los expedientes por esta actitud y podrían llegar hasta al despido de los trabajadores.

Desde SEMAF aseguran que todo obedece al intento de la empresa de culpabilizar a los trabajadores. Dicen que si esos trenes no han circulado ha sido por culpa de la empresa, que no ha notificado correctamente a los implicados su inclusión en los servicios mínimos. Eso sí, cuando accedes a la página web del sindicato te encuentras con el consejo que dan a sus afiliados, «no se debe recepcionar a la entrega, la carta de servicios mínimos».

A la hora de justificar la convocatoria de huelga, los maquinistas se erigen en paladines del interés público y aseguran que su lucha es por recuperar circulaciones perdidas, tanto por la reducción de conductores como por la eliminación de trenes. La empresa asegura que es una reivindicación en falso, que con el proceso de incorporación de maquinistas en marcha, el número de conductores superará los límites pactados previamente.

Otro de sus argumentos es que quieren garantizar la integridad en la prestación de los servicios por el Grupo Renfe «frente al proceso de transferencias que esté en marcha o que pueda iniciarse». Es un planteamiento defendible, como otro cualquiera, pero que parece condenado al fracaso ya que intenta poner freno a un proceso iniciado en un lugar mucho más alto que la propia compañía y que se antoja irreversible.

¿Nos encontramos ante un resto, casi perdido ya, de la capacidad de los trabajadores para unirse, defender sus derechos y hasta el bien común? ¿O estamos ante un pequeño colectivo de trabajadores privilegiados, que se saben poseedores de un arma de presión incontestable en grandes ciudades como es su capacidad de colapsarlas, y la utilizan para perpetuar sus privilegios escondiendo su estrategia debajo de unos cuantos argumentos políticamente correctos? No sé la respuesta correcta, ni siquiera sé si la hay. Y es por eso que, mientras espero en el andén de Atocha y calculo que voy a tardar dos horas en un trayecto de 50 minutos después de diez horas de trabajo y dos programas en directo, solo puedo acordarme de Campoamor y pronunciar en voz alta que “en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.

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