La reivindicación del Capitalismo

La reivindicación del Capitalismo

23 diciembre, 2016
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Actualizado: 23 diciembre, 2016 17:26
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El término «capitalismo», al igual que el de «business» y «lucro», son palabras que provocan, en la mayoría de las personas de hoy, un inmediato reflejo de rechazo. En su momento, el Magisterio de la Iglesia ha criticado el capitalismo por los abusos a que dió lugar a mediados del siglo XIX, cuando a causa del industrialismo y de la mecanización de la agricultura, se producía el éxodo del campo hacia las ciudades y los centros industriales en Europa.
Una buena reflexión sobre el capitalismo lo ha hecho a mi parecer el Prof. Martin Rhonheimer, publicado en Abril del 2016 en la mejor prensa de Zuerich y el que me ha servido de base para algunas de las siguientes reflexiones.
El Director del Secretariado para asuntos Económicos del Vaticano, el Card. George Pell, ha declarado recientemente en una conferencia, de que no hay ningún orden económico mejor que la economía de mercado, que ha permitido el gran progreso del Occidente, siendo su elemento decisivo la libertad empresarial. Dijo: ˇSi queremos fomentar la economía de forma sostenible, entonces el papel principal debe corresponder al ´business´ y no a la regulación del mismo desde el Estado´ . Estas palabras no dejan de ser impresionantes en boca de un alto dignatario católico.

Función social del capital

La tarea primordial del Estado es asegurar una seguridad jurídica y garantizar el derecho de propiedad mediante leyes justas. Sin esta condición previa no es posible un desarrollo económico, que siempre tiene su punto de partida en el individuo. Son éstos los que como empresarios o suministradores de capital, asumen los riesgos y así crean los puestos de trabajo que son tan deseados, y no sólo por el Papa Francisco.
Sin embargo, este planteamiento es un cuerpo extraño inaceptable en una mentalidad demasiado centrada en el reparto de los bienes, aduciéndose que la pobreza es el resultado de la ´explotación´de los capitalistas. Se olvida que precisamente la situación inicial de todos ha sido y es todavía la pobreza, en muchas partes del mundo, por lo que la pregunta correcta debería ser: cómo se produce riqueza y bienestar para todos. La historia nos dá aquí una respuesta clara: mediante la libre empresa, es decir, gracias al capitalismo y a la economía de mercado libre.
Ya en 1864, el obispo de Mainz, en Alemania, Wilhelm E. Freiherr von Ketteler publicó un estudio sobre el ´Cristianismo y la Cuestión Social de los Trabajadores´. Defiende la propiedad privada como la base de la libertad del individuo, lamentando al mismo tiempo las ayudas e intervenciones estatales en el que «se forma un sistema fiscal y coercitivo cada vez más amplio, que amenaza con hundir al Estado mismo, recortando la libre autodeterminación del ciudadano» .
Es evidente que el empresario tiene la obligación moral de ayudar a las personas socialmente débiles. En el mundo antiguo, y hasta la revolución industrial, este compromiso se cumplía dando limosna. Pero desde que se ha instaurado el bienestar general, en los países tanto desarrollados como emergentes, el concepto de limosna ha pasado a un segundo plano como medio de resolver la pobreza masiva de un grupo social. Actualmente, el que se comporta socialmente no es el que tiene buenas intenciones, sino el que llega a resolver los problemas sociales del paro. Y en este sentido, el empresario capitalista utiliza su riqueza de una forma eminentemente social, porque no se gasta su dinero sino que lo invierte, asumiendo el riesgo empresarial, creando así puestos de trabajo, que a su vez generan la demanda de productos y servicios que conducen a nuevas inversiones rentables.
De esta manera se genera un proceso de acumulación de capital que permite financiar la innovación tecnológica, que a su vez aumenta la productividad del trabajo, que permite dar mejores sueldos y estos permiten a un mayor bienestar individual y social. Si comparamos la sociedad occidental actual con la de dos siglos atrás podemos decir que hoy somos todos ricos. Ha sido sólo cuestión de unos pocos anos para que el antiguo pobre tercer mundo de hace 50 anos se pusiese a un nivel de bienestar si precedentes, gracias a la actividad empresarial y al mercado abierto y libre.

La izquierda sabe repartir, pero no producir

A muchos intelectuales de izquierda molesta que el empresario busque ganar dinero. Pero se olvida que esto será sólo posible si produce bienes económicos demandados por la sociedad. En otras palabras, el empresario sólo puede enriquecerse si enriquece a los demás, ya que comprarán sus productos o servicios libremente, después de compararlos con otras ofertas. Esta libertad de elección en el juego entre la oferta y la demanda es la prueba de que el capitalismo no es tan malo como lo pintan. Es decir, antes de llegar a disfrutar de una ganancia, el empresario tiene afrontar el riesgo de su proyecto, tiene que pagar los sueldos y los demás costos de producción. Precisamente por esta razón hay tantas quiebras de empresas que no han acertado a satisfacer las necesidades del mercado : toda la pérdida la carga entonces el capitalista.
Por otra parte está claro, que el empresario capitalista tantas veces ha abusado de una situación para llenarse los bolsillos. Pero esto no nos da derecho a condenar el capitalismo en cuanto tal, al igual como no condenamos la institución del matrimonio porque tantos sufren infidelidad, o maltratan a sus hijos etc. El problema de fondo es que en todo lo que hace el hombre está viciado por su inclinación al mal, cuya acumulación en la sociedad conduce a tantos desastres como la defraudación, la corrupción, la infidelidad, el abuso del alcohol y de las drogas, la holganza endémica en algunos pueblos etc. Tampoco el empresario capitalista está libre de esta lacra, que en su eclosión máxima suele terminar en la guerra u otro tipo de violencia homicida. Ahí está la Historia, que pretende que los hombres escarmienten, pero lamentablemente no lo consigue.
Es interesante que en los países donde el capital y el trabajo han podido encontrar un modus vivendi positivo, en un Estado de Derecho y con una economía abierta y libre, se ha logrado las más altas cotas de bienestar. Y esto no depende en absoluto de recursos naturales sino de una cierta cultura humana que defiende los auténticos valores morales judeo-cristianos. Por ejemplo, Suiza es muy pobre en recursos naturales, pero es uno de los países más ricos del mundo en términos per cápita.
La historia de los sistemas políticos de los últimos cien anos muestran cómo la izquierda socialista ha dilapidado la lo que el régimen anterior no socialista ha logrado acumular en las arcas del Estado mediante los impuestos, que han sido posibles cobrar gracias a una economía sin trabas legales. No parece haber otra fórmula para un bienestar sostenible: dejar en paz al empresario, no sofocarlos con regulativos y carga burocrática no estrictamente necesaria.
Pero debido a la inclinación de todo hombre al mal (la codicia, el afán de poder, la soberbia, el egoísmo etc.), el Estado tiene el deber de evitar abusos en la actividad económica, mediante unas leyes que tienen que atenerse al criterio de una intervención mínima, sopesando siempre los pros y los contras de una regulación. Un ejemplo: el gobierno de Chávez, en Venezuela, entre otras medidas drásticas que pretendieron ayudar al pueblo fue la de dictar el precio del pan, fijándolo por debajo del costo de su producción. El resultado inmediato fue el paro de las panaderías y el consiguiente problema de la falta de pan en las tiendas. La historia de los gobiernos excesivamente intervencionistas en la economía libre muestra la validez de la economía libre, que se autoregula por la ley natural de la oferta y de la demanda, que se encarga de situar los precios en su punto correcto. Y en esto nunca hay que olvidar el enorme valor positivo de la libertad del empresario oferente y de la del del consumidor demandante.
Un problema muy actual en este sentido es el endeudamiento de los Estados, aplaudido por la izquierda, ocasionando un gasto público sin precedentes, en parte provocado por la corrupción de los funcionarios públicos. Esta situación lleva a los bancos centrales a emitir regulaciones que violentan la el funcionamiento correcto de los mercados financieros, abaratando el préstamo a niveles nunca vistos en la historia de los países líderes, lo cual distorsiona el mercado del dinero.

La economía libre y la igualdad

En una atmósfera económica sana y libre de trabas ideológicas intervencionistas es lógico que una de sus consecuencias sea la meritocracia, que en último análisis se debe a las diferencias reales que existen entre los
individuos. Unos son más trabajadores, o más inteligentes y consiguen afirmarse como empresarios, o como profesionales excelentes con sueldos u honorarios más altos que otros. En parte, esta diversidad se debe a que unos se sacrifican más que otros, o que ariesgan más, mientras que otros prefieren el minimalismo o tienen unas capacidades más limitadas, sin que estas diferencias toquen jamás la dignidad de las personas, ni su igualdad, ni su libertad de apretarse el cinturón para intentar un salto hacia delante en el futuro. Además está claro que aquí nos movemos en un plano de diversidad más bien material, sin entrar en disquisiciones antropológicas. Si en el pueblo hay un ambiente cultural humano y cristiano, el que tiene más puede tener en ciertas situaciones extremas la obligación de ayudar al que tiene menos. Esto problema lo resuelven sólo en parte los seguros de prevención social (atención médica y ahorros para la vejez).
En este sentido, un problema más bien sentimental que tiene muchísima gente es el hecho de que la riqueza está concentrada en poquísimos. Para juzgar esta situación hay que decir, previamente, que sólo vale justificar a los ricos que se ganaron su riqueza limpiamente, pero al mismo tiempo sin someter por sistema a sospecha a todo rico, como si todos fuesen gansters, traficantes de droga, estafadores, corruptores en el Estado etc. El dinero de los ricos –incluso del que ha evadido impuestos- ,está invertido en el mercado financiero a través de sus intermediarios, como bancos y brokers, que a su vez compran y venden valores a través de la bolsa, que es también un mercado en donde rigen las mismas leyes naturales de la oferta y demanda.

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