Sabemos que la geopolítica es el estudio del poder en el espacio global: quién controla qué territorios, qué recursos, y cómo influye eso en el equilibrio mundial. En un mundo cada vez más interconectado, su importancia se ha intensificado. Ya no se trata solo de fronteras y ejércitos, sino de tecnología, cadenas de suministro, energía e influencia cultural.
Las guerras comerciales, como las protagonizadas por Estados Unidos y China, son una expresión moderna de estos conflictos. No se libran con armas, sino con aranceles, sanciones, bloqueos tecnológicos y competencia por el control de industrias clave como los semiconductores o la inteligencia artificial. A través de ellas, los países buscan debilitar la posición del otro sin llegar a un conflicto armado. Entramos en la era de la Geoeconomía.
Estas tensiones afectan a todo el mundo. Los precios suben, las inversiones se reubican, y regiones enteras se ven arrastradas a tomar partido. Incluso decisiones aparentemente técnicas —como dónde instalar una fábrica o qué sistema operativo usar— pueden tener profundas implicaciones geopolíticas.
En este tablero global, entender la geopolítica no es opcional. Es fundamental para anticipar crisis, comprender movimientos estratégicos y navegar los cambios profundos que definen nuestro tiempo.