Mercado a ciegas

Mercado a ciegas

RODRIGO RATO
08 enero, 2021
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Actualizado: 08 enero, 2021 10:54
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El capitalismo siempre ha presumido frente al socialismo de su más eficaz asignación de los recursos, gracias a la interacción de la oferta y la demanda mucho más certera que cualquier planificación. Con la proliferación de los mercados financieros está eficacia incluía la acertada fijación de los precios de los activos y la correcta valoración del riesgo. Esto último cada vez más relevante en economías donde el mercado financiero supera al de bienes físicos en hasta 6 veces como en Estados Unidos. A mayor riesgo mayor demanda de posible beneficio para compensarlo. Pero ese mundo ha llegado a su fin cuando el riesgo y los intereses a pagar por él son establecidos directamente por los Estados, a través de los Bancos Centrales.

Lo que viene sucediendo desde 2008, acrecentándose en 2020 para compensar los efectos económicos de la COVID 19, sobre todo en los países desarrollados supuestamente los que gozaban de mercados mejor regulados y más transparentes, con Bancos Centrales independientes del poder político. Es difícil subestimar los efectos de estos cambios. Muchas voces justifican estas circunstancias en un riesgo de estancamiento secular, en una disminución histórica del nivel del interés neutral del dinero, en los peligros de una prolongada deflación. Esta por ver que esta masiva intervención monetaria eleve el crecimiento. De momento respalda altos niveles bursátiles, especialmente en EEUU, y una búsqueda de tasas de retorno en un mundo de intereses bajos o incluso negativos, que afecta a modelos de negocios bancarios y de seguros.

El bajísimo nivel del coste del dinero y el papel de comprador de primera instancia de los Bancos Centrales favorece a Estados y grandes compañías, no tanto al tejido productivo de menor tamaño. La volatilidad, el tradicional indicativo del miedo, ha prácticamente desaparecido de los mercados financieros. Los creadores mayoristas de liquidez son ahora los Bancos Centrales, cuando era una actividad privada hasta hace meses.

La crisis generada por la COVID ha agudizado la disparidad a la hora de financiarse entre grandes y pequeños negocios. Aunque estos últimos siguen siendo los responsables de la mayoría del empleo. Las crisis financieras en 2008 y del euro 2010-14 produjeron un aumento de las disparidades sociales, que pueden agrandarse aún más ahora, creando una reacción social cada vez más favorable a los populismos, cuya voluntad de aceptar derrotas electorales es mínima. Pero sin esa disposición el funcionamiento de las democracias se resintirá.

Esta vez en 2020 las políticas de gasto público han acompañado a la expansión monetaria. Todas las economías desarrolladas han desplegado más o menos eficaces programas de ayuda a personas y negocios, con un inevitable aumento de la deuda pública. Sin embargo los mercados no indican riesgos de futuro, no porque no existan sino porque la intervención de los Bancos Centrales los anula. Así vemos que todos los países euro pagan por sus deudas intereses muy inferiores a los de EEUU, la primera potencia económica del mundo. Por buenas o malas razones el riesgo ha dejado de estar en los precios de la deuda pública y de otros activos financieros, con una inundación de liquidez serán las monedas las que acabarán reflejando el verdadero riesgo.

Una de las ventajas del capitalismo, su eficacia en la asignación de recursos, ha disminuido sino desaparecido. Bien es cierto que la política económica debe estar al servicio de los ciudadanos y no al revés. Desde luego una debacle social debe ser evitada como principal responsabilidad para los gobernantes. Estas políticas a corto tratan precisamente de hacer eso, movilizar la necesaria liquidez pero a precios irreales. El futuro está siempre por escribir. Posibles avances tecnológicos pueden revolucionar positivamente la productividad. Hay voces, en la zona euro, que ya piden una condonación de las deudas por parte de los Bancos Centrales. A grandes males grandes remedios. Lo que no cabe duda es que estamos entrando un un escenario desconocido sin poder medir sus riesgos.

Nuevas teorías económicas como la llamada Moderna Teoría Monetaria nos hablan de una gran oportunidad sin riesgos inflacionistas de utilizar el gasto público, eso sí con políticas eficaces las que han demostrado ser difíciles de conseguir. Pero sin ellas la marea de liquidez no será rentable. Es imposible que circunstancias económicas tan nuevas incluso extremas no modifiquen los mapas políticos. Grandes financiaciones coincidentes con históricas desigualdades sociales, transformaciones de los mercados laborales impulsadas por nuevos modelos de negocio, exigirán respuestas políticas que todavía no conocemos. El siglo XXI es desde nuevo una nueva época. Estemos atentos, aunque no sea con los instrumentos tradicionales.

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