Ángel E. Gómez*. En febrero de 2024, aterrizaban en España con promesas de tecnología punta y precios irresistibles. Apenas unos meses después, los usuarios de Omoda y Ebro ya están descubriendo lo que muchos técnicos sabían: que no todo lo que viene con pantallas brilla.
Los fallos han llegado antes que la confianza. Sistemas de infoentretenimiento diseñados para desesperar, no para facilitar. ¿Interfaz intuitiva? Solo si has trabajado en la NASA. ¿Asistentes de seguridad? Más bien asistentes de distracción. Porque si un coche te obliga a estudiar ingeniería para ajustar el control de crucero, igual no es el coche. Igual es el error de compra.
¿Por qué se venden entonces?
Porque los concesionarios no son ONG. Mientras las marcas de siempre ofrecen comisiones racionales, estas marcas emergentes sueltan billetes como si fabricaran ellos el euro: el triple de incentivos por cada venta. Resultado: más recursos para empujar la venta y menos para mejorar el coche.
No se vende calidad. Se venden comisiones.
¿Y la postventa?
Ni está ni se la espera. Falta de piezas, de formación, de cobertura. Comprar uno de estos coches es como comprarte un unicornio en Wallapop: suena bien, pero cuando se rompe, nadie sabe cómo arreglarlo.
Por eso marcas como Dacia, con más años que excusas, siguen liderando el mercado low-cost con calidad testada, recambios reales y valor de recompra. No solo venden coches. Venden confianza.
¿Moraleja? Que lo barato te puede salir muy caro… especialmente si lo compras por recomendación de quien cobra comisión por venderlo. Ahora toca seguir escuchando el marcado y viendo si son capaces de adaptarse de verdad a una compra que en las casas de clase media, representa la segunda inversión más importante que se realiza y por lo tanto, es algo que no se puede hacer sin pensarlo “dos veces”
* Experto Motor Radio Intereconomía